¡El título es una Roka!
Empezamos a ver la serie Dr. House a instancias de Ricardo Romero. Con Lunita nos obsesionamos muy poco por lo mismo pero dio la casualidad que esta serie nos coloca en un lugar bastante maniático a ambos. Vamos por el comienzo de la tercera temporada. Y cada vez nos gusta más. Esperamos ansiosos las noches que decidimos ver un capítulo nuevo. Hasta hace poco veía como cuatro películas por semana, por lo menos. A solas o acompañado. No nos gustan las mismas películas así que no siempre lo hacía acompañado. En cambio, la serie nos gusta. El Doctor nos gusta. A mí me gusta Cameron aunque a ella no le cae muy bien. Y así estamos, hiper conectados on line bajando y bajando.
Al final de cada capítulo se me ocurren cosas y esta surgió hace un rato: la banda ancha mató al cine lo mismo que Facebook a la amistad. Y a partir de ahí empecé a escribir esto.
Compartir con ella una serie de televisión es una manera bastante extraña de compartir el tiempo, de ser pareja, de estar cuando tenés que estar. Respetar esa rutina, no hacer trampa porque alguno bajó antes el capítulo (y tiene un par de horas libres), el estricto cumplimiento del acuerdo tácito merece, muchas veces, un aplauso que, de hecho nos hemos dedicado varias veces, entre risas y besos.
Con los chicos del Quinteto no me doy tantos besos como con Lunita. Sé que alguno de ustedes nos quisiera ver a los besos, tocándonos en público, abrazados, escuchando la devolución de algún texto. No. Lamentablemente, no lo hacemos. Hacemos otras cosas. Para afirmar que la amistad es un puente al éxito pero también a una vida más sana, hacemos otras cosas.
Además de juntarnos a comer, leemos en público.
Eso lo sabe cualquiera que nos fue a ver. Es básico. Algo tan básico que no es necesario aclararlo. ¿Pero... en qué momento es necesario aclarar las cosas básicas? ¿En qué momento hace falta reestablecer prioridades? ¿Cuándo uno piensa en reiniciar la máquina? Es obvio, cuando se te tilda. Le das dos veces al suprimir y te surgen dos minutos durante los cuáles pensás qué pasos seguir, qué programa abrir primero y qué cosas no tocás porque seguro son un problema.
Parafraseando a Jack Nicholson podría decirles; “Oyola se fue y es trágico. Pero quizás fue lo mejor. Y El Quinteto de la Muerte, por más conventillero y narcisista que les parezca, cada día canta mejor”. Bueno, el final no es tanto de Jack Nicholson. Qué vachaché, soy sudaca, papito. Pero volvamos.
Si dejáramos de hacer el Quinteto, nuestras vidas no tendrían sentido. No puedo imaginar cómo alguien creyó que debíamos reemplazar a Oyola por otro autor pero sí puedo imaginar todos esos que dijeron “ahora que se fue Oyola no voy a ir más”. Una a una se me aparecen esas caripelas muñecoides; amigos, no amigos, gente que fue desapareciendo de a poco ¡o de golpe! Claro, porque nos volvíamos cada vez más inasibles, incomprensibles, porque, lamentablemente muchachos, nosotros no dependemos de ustedes ni ustedes de nosotros. Somos colegas en la vida, ni más ni menos. Y por suerte, seguimos en una ola alta, altísima, con la tabla bien aceitada y una sonrisa de oreja a oreja.
El viernes pasado, leímos otra vez. Muchos se enteraron pero pocos vinieron. Pongo pocos para que los que siempre leen acá y antes venían a nuestras lecturas se sientan identificados: si hubieras ido no ibas a encontrar más de dos o tres caras conocidas. Las 60 personas que fueron a vernos vinieron sin que supiéramos de dónde. Gente hermosa, sobre todo. Como vos, claro; pero que no eran “vos”, claro. Después de reiniciar la máquina y empezar a tocar los botones que había que tocar, prendimos los programitas básicos y estamos de vuelta. Nada de excentricidades. El sincero y demoledor RTF que no para de renovarse.
Texto.
Puro texto.
Lo que hubo el viernes 24 de abril de 2009 en el Centro Cultural Pachamama fue melodía pura. Un concierto a cinco voces, en distintos registros. Cinco tipos enamorados de la literatura y la música sacándose, muy de a poco, las vendas de los brazos, las piernas y el torso. Mostrando las escaras. Cinco tipos lastimados pero no lastimosos. Cinco tipos que aprenden con cada gesto del que escucha, del que interrumpe, del que pide un vino en lugar de cerveza o del que pide un fernet en lugar de un whisky. Cinco personas distintas trabajando con un objetivo clarísimo: ver reflejado en el rostro visitante, la expresión máxima posible que uno pueda generar a través de la palabra, la música, el fraseo. Como la más escandalosa y feliz puta de un cabarulo con paredes sin revocar. Esa alegría enfermiza, incomprensible, enajenada. Alegría que contagia, provoca pero también abruma. Euforia sin freno de mano. Para los colombianos que estaban esa noche, más sorprendidos que la chucha, que leen los diarios como corresponde, que se informan en los blogs que se tienen que informar, que leen los forwards que hay que leer, que sienten lo que deben sentir cuando pisan Buenos Aires; para esos visitantes que miran con la inocencia de quien no evita las preguntas incómodas, fue una fiesta. Pero que no esperaban para nada porque somos un secreto, porque vos, guachx de mierda, no le querés contar a nadie lo bien que la pasás con nosotros.
Ya quisiera pasar por Colombia y que me traten como me dijeron que los tratamos cuando, en realidad, nosotros solo hacemos ruido subidos a nuestra vorágine de euforia literaria. Porque mal que les pese a los ñoños macristas, lo que hacemos es literatura. Lisa y llana.
En el anecdotario quedarán varias historias difíciles de olvidar. Yo me demoré porque mi grabadora de DVD no anduvo y tuve que inventar la pólvora de nuevo. Para cuando llegué había que probar y acomodar todo pero está bien, eso hacemos siempre. La novedad estuvo en que mientras Simón armaba la barra yo daba vueltas por el salón levantando sillas y deslizando muebles en cueros. Perturbadora imagen, si buscan una explicación.
Federico que es Levín, cocinaba el guiso de lentejas. Cuando cocina casi no fuma. Creo que es uno de los pocos momentos en los que no fuma. Y supongo que los morferos del viernes deberían estar agradecidos por eso. El sabe cuidarlos. Romero y Molina cortaban la picada y limpiaban la vajilla que usaríamos para hacer feliz a nuestros invitados, discutían sobre básquet, contestaban mis preguntas absurdas o se reían sin razón. Porque así se la pasan. Molina que es Ignacio, trajo un salamín que nos hizo creer que Córdoba estaba a 1,25 de distancia. Romina, quien bajó del micro echando putas, también se encargó de hacernos sentir muy cerca esa gorda provincia. Gorostiza vino con su eléctrica y una sorpresa en la mochila, para nosotros y para la gente que lo escuchó. Gorostiza... qué tipo. Cuando llega es acosado por nosotros con tremebundas preguntas. ¿Vas a poder tocar esto? ¿Te animás a sonar así? Mirá, creo que busco algo casi como si fuéramos Abba en tono Melingo con ropa de Donna Summer.
Con Fede habla dos palabras y se entiende. A mí me entiende mucho mejor que antes. Me vuelvo un poco tartamudo cuando quiero explicar de qué la va lo que busco pero él escucha, no interrumpe, o lo hace con un “mmhhm” que vendría a ser como una tos para adentro.
A lo largo de la noche se sucedieron varias películas. El Facebook de la vida real se sacaba chispas. Las mujeres bailaban. Los hombres bailaban. Hubo un travesti un poco suelto de manos que se hizo querer. También un exhibicionista. Puta; la vida real es muchísimo mejor que “los nuevos soportes”, carajo. Porque ver un travesti o un exhibicionista es mucho más estimulante en persona que a través de youtube. Qué mierda cuando uno se propone estar en varios lugares a la vez porque está de moda y se olvida de estar en el único lugar donde su presencia revoluciona o cuestiona lo único a lo que hay que cuestionar. ¿Para qué demostrar que uno tiene sangre si por los ceros y unos creen que estoy vivo? ¿A quién hay que probarle que uno está vivo? ¡A quién sino a la Muerte! ¡A la Muerte no le llegó la banda ancha! Por ahí anda, creyendo que no hay más gente en el mundo, deprimida porque el trabajo lo hace alguien más, creída andaba, de que era la única que podía llevarse a la gente del mundo real. Pobre Muerte. Que no se da cuenta, que ahora su competidora la creamos nosotros mismos. Creemos que reemplazamos a la Muerte por Blogger porque nos deja elegir el nick y jamás de los jamases va a borrar el historial de nuestro blog. Por lo menos mientras a Obama Bin Laden (cuak) no se le ocurra Sillicon Valley como objetivo.
¿Cómo? ¿Qué?
Ah, ¿estamos grabando?
Pero volvamos a la Muerte bajo el velador. En casa... ¿qué hay en casa que nos ata con irrisorios nudos? ¿A qué vino la gente que vino el viernes pasado? ¿Por qué salieron de dónde salieron? Según Molina que es Ignacio, el 80 por ciento de la gente nunca nos había visto. ¿Quién les dijo que vinieran? ¿Se fueron contentos? ¿Cómo saberlo? Ah, eso sí, todos querían saber cuándo será la próxima lectura, el próximo evento literario, qué cocinaría Federico para la próxima. A mí me surgieron preguntas, también; ¿Vamos a Uruguay? ¡Vamos a Portugal! Paraná no estaría mal. Volver a Mendoza (esta vez cada uno en su habitación, por favor, basta de confusiones o insomnio “reprimido”).
Otra: ¿a dónde le gustaría que fuéramos? ¿A dónde estaría dispuesto/a a invitarnos con todo pago, bebidas incluidas? ¿Cuándo piensa volver para asegurarse de que lo que vio no fue una chanza? ¿Piensa volver usted que no es de los que vuelven?
¿Quiere saber qué leímos? ¿Por qué no viene la próxima así entiende un poco más esta crónica? O la que viene. No se preocupe, no hay chistes internos. Estamos en contra de ellos. Y no se enoje si no vino, vamos a leer más veces. Como dicen en House, la serie de la que hablaba en un principio, esa que estoy viendo con Lunita, “si su amargura busca compañía, no va a conseguir la nuestra”. Pero si busca compartir alegría, cómo decirlo, deje sus datos, su pregunta no molesta, para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero, hay Quinteto de la Muerte para rato, Aventurero.
Al final de cada capítulo se me ocurren cosas y esta surgió hace un rato: la banda ancha mató al cine lo mismo que Facebook a la amistad. Y a partir de ahí empecé a escribir esto.
Compartir con ella una serie de televisión es una manera bastante extraña de compartir el tiempo, de ser pareja, de estar cuando tenés que estar. Respetar esa rutina, no hacer trampa porque alguno bajó antes el capítulo (y tiene un par de horas libres), el estricto cumplimiento del acuerdo tácito merece, muchas veces, un aplauso que, de hecho nos hemos dedicado varias veces, entre risas y besos.
Con los chicos del Quinteto no me doy tantos besos como con Lunita. Sé que alguno de ustedes nos quisiera ver a los besos, tocándonos en público, abrazados, escuchando la devolución de algún texto. No. Lamentablemente, no lo hacemos. Hacemos otras cosas. Para afirmar que la amistad es un puente al éxito pero también a una vida más sana, hacemos otras cosas.
Además de juntarnos a comer, leemos en público.
Eso lo sabe cualquiera que nos fue a ver. Es básico. Algo tan básico que no es necesario aclararlo. ¿Pero... en qué momento es necesario aclarar las cosas básicas? ¿En qué momento hace falta reestablecer prioridades? ¿Cuándo uno piensa en reiniciar la máquina? Es obvio, cuando se te tilda. Le das dos veces al suprimir y te surgen dos minutos durante los cuáles pensás qué pasos seguir, qué programa abrir primero y qué cosas no tocás porque seguro son un problema.
Parafraseando a Jack Nicholson podría decirles; “Oyola se fue y es trágico. Pero quizás fue lo mejor. Y El Quinteto de la Muerte, por más conventillero y narcisista que les parezca, cada día canta mejor”. Bueno, el final no es tanto de Jack Nicholson. Qué vachaché, soy sudaca, papito. Pero volvamos.
Si dejáramos de hacer el Quinteto, nuestras vidas no tendrían sentido. No puedo imaginar cómo alguien creyó que debíamos reemplazar a Oyola por otro autor pero sí puedo imaginar todos esos que dijeron “ahora que se fue Oyola no voy a ir más”. Una a una se me aparecen esas caripelas muñecoides; amigos, no amigos, gente que fue desapareciendo de a poco ¡o de golpe! Claro, porque nos volvíamos cada vez más inasibles, incomprensibles, porque, lamentablemente muchachos, nosotros no dependemos de ustedes ni ustedes de nosotros. Somos colegas en la vida, ni más ni menos. Y por suerte, seguimos en una ola alta, altísima, con la tabla bien aceitada y una sonrisa de oreja a oreja.
El viernes pasado, leímos otra vez. Muchos se enteraron pero pocos vinieron. Pongo pocos para que los que siempre leen acá y antes venían a nuestras lecturas se sientan identificados: si hubieras ido no ibas a encontrar más de dos o tres caras conocidas. Las 60 personas que fueron a vernos vinieron sin que supiéramos de dónde. Gente hermosa, sobre todo. Como vos, claro; pero que no eran “vos”, claro. Después de reiniciar la máquina y empezar a tocar los botones que había que tocar, prendimos los programitas básicos y estamos de vuelta. Nada de excentricidades. El sincero y demoledor RTF que no para de renovarse.
Texto.
Puro texto.
Lo que hubo el viernes 24 de abril de 2009 en el Centro Cultural Pachamama fue melodía pura. Un concierto a cinco voces, en distintos registros. Cinco tipos enamorados de la literatura y la música sacándose, muy de a poco, las vendas de los brazos, las piernas y el torso. Mostrando las escaras. Cinco tipos lastimados pero no lastimosos. Cinco tipos que aprenden con cada gesto del que escucha, del que interrumpe, del que pide un vino en lugar de cerveza o del que pide un fernet en lugar de un whisky. Cinco personas distintas trabajando con un objetivo clarísimo: ver reflejado en el rostro visitante, la expresión máxima posible que uno pueda generar a través de la palabra, la música, el fraseo. Como la más escandalosa y feliz puta de un cabarulo con paredes sin revocar. Esa alegría enfermiza, incomprensible, enajenada. Alegría que contagia, provoca pero también abruma. Euforia sin freno de mano. Para los colombianos que estaban esa noche, más sorprendidos que la chucha, que leen los diarios como corresponde, que se informan en los blogs que se tienen que informar, que leen los forwards que hay que leer, que sienten lo que deben sentir cuando pisan Buenos Aires; para esos visitantes que miran con la inocencia de quien no evita las preguntas incómodas, fue una fiesta. Pero que no esperaban para nada porque somos un secreto, porque vos, guachx de mierda, no le querés contar a nadie lo bien que la pasás con nosotros.
Ya quisiera pasar por Colombia y que me traten como me dijeron que los tratamos cuando, en realidad, nosotros solo hacemos ruido subidos a nuestra vorágine de euforia literaria. Porque mal que les pese a los ñoños macristas, lo que hacemos es literatura. Lisa y llana.
En el anecdotario quedarán varias historias difíciles de olvidar. Yo me demoré porque mi grabadora de DVD no anduvo y tuve que inventar la pólvora de nuevo. Para cuando llegué había que probar y acomodar todo pero está bien, eso hacemos siempre. La novedad estuvo en que mientras Simón armaba la barra yo daba vueltas por el salón levantando sillas y deslizando muebles en cueros. Perturbadora imagen, si buscan una explicación.
Federico que es Levín, cocinaba el guiso de lentejas. Cuando cocina casi no fuma. Creo que es uno de los pocos momentos en los que no fuma. Y supongo que los morferos del viernes deberían estar agradecidos por eso. El sabe cuidarlos. Romero y Molina cortaban la picada y limpiaban la vajilla que usaríamos para hacer feliz a nuestros invitados, discutían sobre básquet, contestaban mis preguntas absurdas o se reían sin razón. Porque así se la pasan. Molina que es Ignacio, trajo un salamín que nos hizo creer que Córdoba estaba a 1,25 de distancia. Romina, quien bajó del micro echando putas, también se encargó de hacernos sentir muy cerca esa gorda provincia. Gorostiza vino con su eléctrica y una sorpresa en la mochila, para nosotros y para la gente que lo escuchó. Gorostiza... qué tipo. Cuando llega es acosado por nosotros con tremebundas preguntas. ¿Vas a poder tocar esto? ¿Te animás a sonar así? Mirá, creo que busco algo casi como si fuéramos Abba en tono Melingo con ropa de Donna Summer.
Con Fede habla dos palabras y se entiende. A mí me entiende mucho mejor que antes. Me vuelvo un poco tartamudo cuando quiero explicar de qué la va lo que busco pero él escucha, no interrumpe, o lo hace con un “mmhhm” que vendría a ser como una tos para adentro.
A lo largo de la noche se sucedieron varias películas. El Facebook de la vida real se sacaba chispas. Las mujeres bailaban. Los hombres bailaban. Hubo un travesti un poco suelto de manos que se hizo querer. También un exhibicionista. Puta; la vida real es muchísimo mejor que “los nuevos soportes”, carajo. Porque ver un travesti o un exhibicionista es mucho más estimulante en persona que a través de youtube. Qué mierda cuando uno se propone estar en varios lugares a la vez porque está de moda y se olvida de estar en el único lugar donde su presencia revoluciona o cuestiona lo único a lo que hay que cuestionar. ¿Para qué demostrar que uno tiene sangre si por los ceros y unos creen que estoy vivo? ¿A quién hay que probarle que uno está vivo? ¡A quién sino a la Muerte! ¡A la Muerte no le llegó la banda ancha! Por ahí anda, creyendo que no hay más gente en el mundo, deprimida porque el trabajo lo hace alguien más, creída andaba, de que era la única que podía llevarse a la gente del mundo real. Pobre Muerte. Que no se da cuenta, que ahora su competidora la creamos nosotros mismos. Creemos que reemplazamos a la Muerte por Blogger porque nos deja elegir el nick y jamás de los jamases va a borrar el historial de nuestro blog. Por lo menos mientras a Obama Bin Laden (cuak) no se le ocurra Sillicon Valley como objetivo.
¿Cómo? ¿Qué?
Ah, ¿estamos grabando?
Pero volvamos a la Muerte bajo el velador. En casa... ¿qué hay en casa que nos ata con irrisorios nudos? ¿A qué vino la gente que vino el viernes pasado? ¿Por qué salieron de dónde salieron? Según Molina que es Ignacio, el 80 por ciento de la gente nunca nos había visto. ¿Quién les dijo que vinieran? ¿Se fueron contentos? ¿Cómo saberlo? Ah, eso sí, todos querían saber cuándo será la próxima lectura, el próximo evento literario, qué cocinaría Federico para la próxima. A mí me surgieron preguntas, también; ¿Vamos a Uruguay? ¡Vamos a Portugal! Paraná no estaría mal. Volver a Mendoza (esta vez cada uno en su habitación, por favor, basta de confusiones o insomnio “reprimido”).
Otra: ¿a dónde le gustaría que fuéramos? ¿A dónde estaría dispuesto/a a invitarnos con todo pago, bebidas incluidas? ¿Cuándo piensa volver para asegurarse de que lo que vio no fue una chanza? ¿Piensa volver usted que no es de los que vuelven?
¿Quiere saber qué leímos? ¿Por qué no viene la próxima así entiende un poco más esta crónica? O la que viene. No se preocupe, no hay chistes internos. Estamos en contra de ellos. Y no se enoje si no vino, vamos a leer más veces. Como dicen en House, la serie de la que hablaba en un principio, esa que estoy viendo con Lunita, “si su amargura busca compañía, no va a conseguir la nuestra”. Pero si busca compartir alegría, cómo decirlo, deje sus datos, su pregunta no molesta, para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero, hay Quinteto de la Muerte para rato, Aventurero.
Funeschi
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1 comentario:
Alguna vez voy a estar en Baires cuando el Quinteto ocurre. Espero. Porque ya me está rompiendo las pelotas esto de leer sobre.
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