Así como la palabra 'despavorido' ha quedado condenada al encierro involuntario después de la conjugación 'huyó', el término 'letanía' se repite, como una letanía, siendo metáfora de otra cosa, aunque rara vez el que la usa sepa qué quiere decir. Unas cosas se repiten como una letanía, podría decir que 'quedan repitiéndose', entonces la palabra letanía se enseña a sí misma: una letanía es algo que se repite igual que aquello que fue metaforizado con la palabra letanía.
Basta.
Entre un bocado de guiso y otro hay un segundo que dura una vida entera. En las lecturas del quinteto hay una función rara de las repeticiones, las interrupciones, y las continuidades.
Otro guiso: carne de ossobuco y paleta, cebollas, morrones, varios dientes de ajo, vino tinto, arvejas, agua, arroz. Dicen que en el Pachamama lo comen hasta los vegetarianos, sí señor.
Esta vez comieron todos porque éramos pocos, o al menos no tantos como otra veces. Hubo, esta vez, una interrupción: la lluvia tremenda de la tarde noche. Que, a su vez, engendró una repetición: tercera lectura del quinteto en el Pachamama, en tres estaciones distintas, siempre lluvia. El mismo amor, la misma lluvia. Uf.
Y así son las cosas: siempre que no llega lo que se espera, llega lo otro. Siempre algo llega.
Arrancó Molina, que se dijo 'el más unplugged'; y así arrancó, bien enchufado, remando contra algunas corrientes (cierta infantil desazón de todos por el poco público, ciertas interrupciones sonoras de una conversación telefónica). A mi, no sé por qué, pero me resultaba parecido a Kurt Cobain, ahí sentado, narrando con calma luminosa la bruma de sus construcciones temporales que son siempre, aún en sus cuentos más felices, iluminaciones desgarradoras. Con los anteojos, haciendo la pausa, tocando para los costados, contagió. Nos contagiamos y nos llenamos de calma que se revolvió, se volvió remolino.
Casi sin solución de continuidad, subió Funes, después de repartir entre los presentes fragmentos fotocopiados del texto que iba a leer. Explicó que necesitaba que estemos atentos y leamos el fragmento correspondiente, mientras él iba leyendo. Todo iba a ser acompañado por la guitarra de Gorostiza, lo cual daba cierta tranquilidad armónica. Dijo algo de la letanía, que son esas lecturas de poesía clásica en que varios poetas leen sus líneas al mismo tiempo, acompañados de música, y dijo algo del canon, que viene a ser una cosa parecida. El canon, el canon, el canon. Funes se canonizó. A sí mismo. Así se hace.
Y el texto comenzó y éramos una secta fiestera de una religión extinguida, que es algo no muy distinto a lo que somos. Así quedamos, en el horno de Banchero.
Llegó mi turno, y el turno de la pequeña Garrafa Sanchez que manipuló el mismo Funes, sentado a mi lado en el escenario. Una pequeña performance olfativa acompañó cierto tramo de la caminata del pequeño Rafael por Boulogne Sur Mer, rumbo al segundo turno de clases. La pasé bien. Fuimos felices, con Rafa, felices de estar poniendo ciertas cosas en escena, que es donde se pueden cocinar y transformar las vísceras en achuras deliciosas, y los recuerdos caóticos en un relato. En la escena.
Después vino el set de Gorostiza, que estrenó unas pesadillas recién soñadas. El clima que se generó al comienzo, como de ceremonia secreta (aunque a esa hora ya no éramos tan pocos) benefició la escucha atenta, y a la escucha Gorostiza la escucha y le regala sus mejores chiches.
Corte a:
Gorostiza hace una versión de-constructiva de un tema de los redondos para dar pie al cuento ruso de Oyola. Oyola se copa con el tema y se sienta a escucharlo. Gorostiza sigue un poco más, abusa de los límites porque los oídos son un límite de por sí, y termina. Aplausos. Y Oyola... cómo explicarlo. Algunos plateístas opinan que el jugador que 'tiene huevos' es el que va a trabar abajo con violencia, otros dicen que no, que es el que pide la pelota cuando el partido está difícil; una tercera posición propone que el que tiene huevos es el que intenta sólo lo que no sabe si le va a salir, como picar un penal en una final del mundo. Oyola, como Zidane, cierra el debate haciendo las tres cosas. Leyó un cuento ruso, sí, con Rasputín y todos los pibes. Eso sí: yo vi cuando uno le agarraba la cabeza de los costados a otro y le decía "ay, satatangó... satatangó..." y me los imaginaba en una ruta de Corrientes. Pero eso es cuestión de la mente de cada uno.
Se escucha un baldazo de agua fría. Entra Romero con los rulos lacios. Un poco de "Perros de la lluvia" su novela litoral. Todavía escucho, como una letanía: "centro de Paraná, 12:15 horas, frente a la vieja estación de tren..." Se despachó con un texto de una visibilidad escandalosa, a pesar de la lluvia, con picos cinematográficos intraducibles.
Fin. Más aplausos. Al final, somos bastantes.
Nos "subimos" los cinco al escenario. Nos acordamos de una idea: cada uno agarra su texto. Empieza uno con una línea, después otro, nadie detiene a nadie, todos siguen y todas las voces vuelven al presente y se presentan juntan, como una letanía. Letanía, que en este caso quiere decir: estamos haciendo algo, los invitamos a la fiesta de la narrativa que es la fiesta del pasado y el futuro; Y en el presente, todos juntos, porque el presente es al mismo tiempo. Y podemos vivir todos juntos la escritura y la lectura, como una experiencia colectiva, porque tenemos un lugar.
Lo estamos haciendo.
Federico Levín.
... como una letanía...
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crónicas
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4 comentarios:
JA JA yo soy vegetariana y me comí el guiso! Eso sí...le pasé los pedacitos de carne a mi novio e intenté no pensar que carne y arroz habían nadado en el mismo líquido.
Querido Quintet de la Mort: qué noche... qué jugoso pedazo de letanía.
A Lourdes: guarda con eso de pasarle "pedacitos de carne" a tu novio. Alguien puede estar mirando.
me gustó lo que pasó...
la próxima no me la pierdo.
Saludos a todos
el qdm !
estuvo más performativo que nunca, descontracturado y ameno.
eso sí, cuando toca el quinteto yo salgo con paraguas.
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