Quiénes son

Por Funes

Mucho no puedo hablar. Porque la verdad que me gusta más hacer. Entonces pensé; escribir. Eso es hacer y hablar al mismo tiempo. Y puedo responder esa y otras preguntas. O intentar. Intentar mejor.
Cuando los conocí, o cuando los vi a todos juntos (que vendría a ser lo mismo), se me vino una imagen a la cabeza. La situación era cotidiana, por lo menos para nosotros; madrugada de algún día de semana en algún bar Toraba, con mucha gente alrededor hablando de cuentos, novelas o poemas. Muy en pedo, hay que reconocerlo. Estoy seguro que Levín lo diría con más clase... ese enano maldito. Siempre que pienso en él es porque tengo una frase o un pensamiento que podría ser dicho de otra manera... y él siempre encuentra la palabra justa. Forro. Pero sigamos.
Estábamos en un bar Toraba y hablando. Decía que la primera vez, se me vino a la cabeza que éramos viejos (bah, Oyola sería viejo, Levín y yo, seríamos jóvenes todavía), hablando de letras, ponéle, criticándonos con ira pero con respeto. Rodeados de jovencitas. Esas que frecuentan a las eminencias literarias que rara vez se juntan. Y todos, con precisión y delicadeza, completamente desnudos.
Así me los imaginaba. Todos desnudos. Las jovencitas por supuesto que no. El resto de la gente, tampoco. En todo caso, a las jovencitas me las imaginaba oyendo, regalando belleza de labios gruesos, sonrisas pudorosas y demás señales de pubertad e histeria. Pero decía, nosotros desnudos.
Con el tiempo me fui dando cuenta que mi locura es irreversible. ¿Romero desnudo? Por lo menos tiene esos rulos que pueden crecer y taparlo un poco. Eso sí, el fernet estaba por la mitad; ni muy muy, ni tan tan. ¿Molina desnudo? Molina... bue, con Molina no me meto, pero estoy seguro que al verlo alto y alto y más alto, dudaría de su desnudez; hay que tener un cuello ágil para verlo de pies a cabeza. Oyola ya me da miedo, con solo pensarlo me recorrió un escalofrío de la cabeza a las rodillas (más abajo no siento nada), pero a él sí pude verle la cabeza cubierta con una gorrita negra. Y Levín, cruzado de piernas y muy peludo. Claro, claro, desnudo pero también peludo. Explicando su quincuagésimo cuarta novela y regalando aforismos, axiomas y demás bravuconadas que siempre me levantaron el ánimo.
¿Por qué? ¿Por qué pensé esto? ¿Por qué esta imagen? Estoy paratrás.
Después me di cuenta. Es decir, racionalicé esa bizzarra y estúpida imagen. Y me di cuenta: éramos viejos, ya no éramos el Quinteto de la Muerte y al juntarnos (luego de muchos años) la gente nos venía a ver. Pero ellos no nos veían desnudos, creo ahora. Yo los veía desnudos porque para mí no tenían secretos, no tenían pilchas de bacán ni hologramas que los escondieran. No había marketing entre nosotros. No había cremas rejuvenecedoras ni masajes capilares. Sí, yo me imaginaba también pelado y casi ciego. No teníamos que ponernos ropa. ¿Para qué, sí sabés quién soy?

Cuando me preguntan quiénes somos y qué hacemos los del Quinteto de la Muerte ahora tengo una respuesta...

Y sí, ya sé, es bien de puto, ¿no?
Pero qué le via ser... estoy patrás.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Funes, usted es francamente puto.
Me too.
Ya lo dijo el amigo Superloyds mucho antes de volar para el otro lado del atlántico.
Nosotros somos los Village People de los narradores que son este momento.
Una mano delante, otra detrás.
Eso... y lo que craneamos y narramos.
Mucho más no hay.
Funciona para mí.
Y-M-C-A-! (laralaralará!)
YMCA!